#ANALISIS A50 años del 68, sigue el modus operandi represor del Estado
“El 2 de octubre no se olvida”, reza la máxima, ya clásica,
que recuerda el día en que cientos de jóvenes, nunca se sabrá cuántos, fueron
abruptamente despojados de la vida y de los sueños que hacen a una generación.
Año con año, cincuenta ya, la matanza de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco
cierra el ciclo en el que un movimiento social de clase media se atrevió a
desafiar al sistema político autoritario que comenzaba su transformación hacia
una liberalización forzada y recuerda, de manera reiterada, la existencia de
un modus operandi que se niega a morir.
La memoria de esa misma matanza abrió en términos reales y
simbólicos, la persistente exigencia de justicia que no se agota en la
conmemoración de un cincuenta aniversario, sino que se extiende a lo largo del
tiempo en una suma de agravios, tan viejos y nuevos como el 68: Acteal, Atenco,
Ayotzinapa, Tlatlaya…
Mucha agua ha corrido bajo el puente, se diría, y la
justicia no ha sido alcanzada, uno de los principales autores intelectuales de
la satrapía del 68, Luis Echeverría Álvarez, no sólo sigue vivo sino en
libertad. Ha disfrutado de una larga vida después de haber segado la de
cientos. “Asesino”, le gritan quienes le reconocen, cuando se atreve a dejar su
guarida.
Sin embargo, el castigo a los culpables es sólo una de las
aristas que componen un fenómeno social y político complejo que permite
analizar un modus operandi de un Estado autoritario que, al parecer,
ha dado sus últimos golpes. Esto no supone que en las décadas por venir la
autoritaria tentación asesina no vuelva a aparecer con otras características,
otros modos y otros nombres, la idea del final de la historia hace décadas que
fue abandonada. Por otro lado, como lo expusiera magistralmente Maquiavelo, la
‘razón de Estado’ no conoce más límite que la continuidad a cualquier precio.
‘El 68’, como se le conoce en corto al Movimiento
Estudiantil y a la brutal represión de que fue objeto, no es un evento aislado,
es tal vez el más grave o más visible eslabón en una cadena de continuidades
dirigido a sofocar, a como dé lugar, las resistencias a la aplicación de un
modelo económico depredador, sustentado en una forma feroz de hacer política,
siendo los grupos más vulnerables, pobres y jóvenes por lo regular, sus
objetivos principales.
“Por lo regular” no es una frase casual. Desde la sociología
y la ciencia política se buscan patrones, regularidades, tendencias y en el
caso de México se puede observar claramente la secuencia de hechos que
acompañan la evolución de un sistema económico en el que las cúpulas políticas
y empresariales han encontrado la manera de hacerse de enormes fortunas, al
amparo de un régimen político que ha encontrado en la represión selectiva
su modus operandi, como lo muestran los casos que junto con el 68 y
la década previa permiten hablar de una misma y reiterada manera de hacer
política.
Es así como, durante la década previa al 68, ya el Estado
mexicano había dado cuenta de una serie de movimientos que desde el interior
del mismo partido hegemónico buscaban democratizar las relaciones entre los
diferentes sectores en que se había dividido a la sociedad y los gobiernos en
turno. Los petroleros, los electricistas, los telefonistas, los maestros, los
médicos habían protagonizado una serie de manifestaciones buscando no sólo
mejoras salariales sino la apertura de un sistema autoritario que no pudo más
que responder primero con represión y persecución, para después resolver, a su
manera, las demandas recogidas.
El 68 no fue la excepción. Después de la brutal represión,
Luis Echeverría Álvarez, ya como presidente de la República, comenzó una serie
de reformas a las que se denominó ‘La apertura democrática’, misma que incluyó
una pobre reforma electoral en 1973 y la apertura de espacios a jóvenes,
docentes e intelectuales con la fundación de la Universidad Autónoma
Metropolitana, los Colegios de Ciencias y Humanidades y los Colegios de
Bachilleres, el Consejo Nacional de Fomento Educativo y el Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología.
Lo anterior no modificó sin embargo la vocación represiva
del régimen, como se constató con la conocida ‘Matanza del Jueves de Corpus’ o
‘Halconazo’, el 10 de junio de 1971, en que nuevamente el Estado dio una
respuesta desmedida a las peticiones estudiantiles.
Pero no se piense que esta forma de ‘hacer política’ en
favor de las élites y en contra de los intereses de las grandes mayorías era
nueva para el régimen. Había sido ya ensayada por Porfirio Díaz, aquel que la
‘historia de bronce’ convirtió en el villano favorito, en el culpable de todos
los males previos a la Revolución de 1910 y de quien, al menos en teoría, había
que deslindarse.
Se aprendió bien del autoritario presidente a negociar,
coaccionar, cooptar, comprar, reprimir (encierro, destierro o entierro), según
fuera el caso. Es así como se construyó una sólida relación no sólo con los
sectores privilegiados sino con la prensa, para la que el dictador tenía dos
respuestas claramente diferenciadas: mordaza y represión o privilegios y
financiamiento, sentando las bases del modelo de comunicación vigente hasta el
día de hoy, gracias al cual, los principales medios de comunicación se
convirtieron en aliados del presidencialismo autoritario y sus excesos.
De esta manera, se modeló la relación gobierno-medios-sociedad,
dictando el primero el camino que debían seguir las otras dos partes del
modelo. Es así como se explica lo sucedido en 1968 cuando los estudiantes no
contaron con ningún aliado que en los medios diera voz a sus demandas o
proporcionara información sobre la represión de que estaban siendo objeto.
La excepción fue la revista sensacionalista y de contenido
amarillista ¿Por qué?, del periodista yucateco Mario Renato Menéndez, que
publicó un número importante de fotografías de jóvenes ejecutados, apilados en
una barda. Osadía que le costó la cárcel (encierro) y después la expulsión del
país (destierro), a lo que se suma que las instalaciones de la revista fueron
materialmente destruidas sin que ningún medio o periodista abogará en su favor
o reportara lo sucedido.
Sin embargo, a pesar del férreo control gubernamental,
afirma Jenaro Villamil en su artículo El 68 y los medios de comunicación,
los gritos del silencio, publicado en la Revista Zócalo no. 223, del
mes de septiembre, hubo imágenes que se sumaron a las fotografías de la
revista ¿Por qué? y que se filtraron a la televisión en la noche del
2 de octubre. Éstas se presentaron en lo que llama el periodista Los 8
minutos del Noticiario Excélsior.
Hubo otros detalles como el artículo de José Alvarado
(Revista Zócalo: 8) o el poema de Rosario Castellanos Ibidem.: 6),
que de manera soterrada y desarticulada comenzaban a dar forma “a la sospecha
generalizada de una matanza de grandes dimensiones” (Idem.). Sin embargo, no
había en la prensa algún artículo que diera cuenta fiel de lo que había pasado
esa noche en la Plaza de Tlatelolco. No puede quedar fuera, en este caso, Abel
Quezada y su cartón negro en el diario Excélsior con el
título ‘¿Por qué?’.
La diada gobierno-medios operaba eficazmente, pues el
sometimiento de los medios impresos y electrónicos dejó a una sociedad,
mayormente pasiva, sin la información que le permitiera conocer lo sucedido y
formarse su propia opinión.
Este sometimiento quedó de manifiesto en las primeras planas
del día siguiente de periódicos tan renombrados como Excélsior, El
Universal, El Heraldo de México, Novedades, El Día y El
Sol de México, que reportaron lo que desde la Presidencia se les indicó,
buscando desvirtuar los hechos y presentando al gobierno como quien buscó el
diálogo y obtuvo una violenta respuesta.
Al igual que los medios de comunicación, Víctor Roura, en su
artículo Pacto con la prensa, (Revista Zócalo: 13-14) da
constancia del papel que ciertos intelectuales desempeñaron bajo la sombra del
Estado autoritario, comportándose como intelectuales orgánicos ligados al
poder, diría Antonio Gramsci, cerrando con ello los espacios que permitirían a
la sociedad un mejor acercamiento a lo sucedido.
Pero, no sólo en los días y meses cercanos al Movimiento del
68 se ocultó lo que había pasado, a decir de José Reveles, en Tlatelolco,
una trampa mortal, “hubo un operativo de silenciamiento y para ocultar la
verdad durante décadas” (Ibidem.: 11), con el objetivo de “apropiarse de la
opinión pública”, de acuerdo con la opinión de Tanius Karam, en La prensa
y el 68 (Ibidem.: 15). Sin embargo, a decir de este último, el Movimiento
Estudiantil generó una serie de cambios que permitieron cuestionar por primera
vez la capacidad absoluta de la Presidencia para ejercer un poder sin límites y
la apertura a un proceso de construcción de una auténtica esfera pública.
Cincuenta años después es posible reconocer la vigencia de
algunos elementos del modelo gobierno-medios-sociedad impuesto en los años 50 y
60, a pesar de que en el año 2000 un partido diferente al PRI ocupó la
Presidencia de la República, a pesar de lo cual siguió el mismo modus operandi adaptándolo
a las nuevas circunstancias.
Así es posible constatar la cercanía entre los gobernantes
blanquiazules y una de las principales televisoras del país, hasta el punto de
expedir una ley ‘a modo’ y en la que un periodista fue boicoteado al punto de
llevarlo a la quiebra, es el caso de José Gutiérrez Vivo. Se observan también
comunicadores, periodistas y medios consentidos en contra de aquellos que son
echados de sus respectivos programas gracias al contubernio entre el gobierno y
los dueños de medios que buscaban conservar sus concesiones y privilegios o
congraciarse con el presidente en turno.
Estas conductas, por supuesto, se observaron también en la
presente administración en la que una connotada periodista, Carmen Aristegui, y
su equipo de periodistas fueron ‘castigados’ por evidenciar la posible
corrupción y los conflictos de interés del primer mandatario y su familia. La
misma revista que aquí se cita ha visto reducida la publicidad oficial por una
portada incómoda.
No se puede dejar de mencionar en este breve recuento a
todas y todos los periodistas y defensores de derechos humanos y ambientales
asesinados durante las últimas décadas, como una manera de acallar las voces
críticas que evidencian a cada gobernante corrupto o represor.
Misma forma de actuar que no sólo se restringe al trato
cercano o lejano que el gobierno mantiene con los medios, sino en torno a su
relación con grupos de la sociedad a quienes, nuevamente, se busca mantener
sometidos bajo los intereses de un pequeño grupo.
Por décadas, se pensó que el fantasma del 68 rondaba la
mente de los presidentes de la República de manera que éstos no se atrevían a
reprimir a ningún grupo social en la magnitud que se hizo con los estudiantes
en 1968. Sin embargo, a la luz de los últimos sexenios es posible afirmar que
dicho temor se ha disipado o, por mejor decir, que nunca ha cesado la tentación
autoritaria, sino que ha moderado su intensidad, teniendo puntos altos que han
mostrado de nuevo en su plenitud el rostro autoritario de un régimen que poco a
poco se hunde, pero que aún tiene la fuerza suficiente para someter a grupos
específicos de la sociedad civil.
Es el caso de los pobladores de San Salvador Atento, de los
43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, de los ejecutados en Tlatlaya,
por mencionar sólo los casos más sonados, en los que autoridades municipales,
estatales y federales tuvieron algún tipo de participación, dejando constancia
de la vocación autoritaria de un régimen que se niega a morir.
En este punto, caben los comentarios hechos por Carlos
Padilla, Director General de la Revista Zócalo, el periodista José Reveles
y el Dr. Tanius Karam en la Universidad Iberoamericana, el martes 24 de
septiembre, en el marco del 50 aniversario del Movimiento del 68.
Los tres coincidieron en el pobre papel que desempeñaron los
medios durante todo el movimiento y en especial a raíz de la matanza del 2 de
octubre. Enfatizaron la existencia de los medios como un poder que durante el
siglo XX estuvo subordinado a las necesidades de reproducción ideológica del
gobierno en turno y al papel de una sociedad que no estuvo a la altura de su
responsabilidad histórica y que, en su mayoría permaneció impasible ante la
agresión sufrida por los estudiantes (Karam).
Igualmente, se hizo mención del modelo de negocios que aun
hace a los medios dependientes de los fondos gubernamentales (Padilla) y de los
rollos de grabación que a instancias de la Presidencia de la República se
tomaron el 2 de octubre en Tlatelolco y que hasta la fecha no han visto la luz
pública (Reveles).
Para Karam, aún no existe en México una prensa autónoma, lo
cual cuestiona la calidad de nuestra democracia. Reveles se pregunta en torno a
la conformación de una Comisión de la Verdad y si un gobierno de derecha, como
el de Vicente Fox, era el indicado para juzgar y castigar los excesos cometidos
en contra de la izquierda mexicana y si esa labor corresponde hoy al gobierno
entrante, dado su cariz político.
Padilla, por su parte, haciendo una comparación entre la
movilización de hace 50 años y los movimientos juveniles actuales, afirma que
no son las nuevas tecnologías las que movilizan a la gente sino las
problemáticas sociales, aunque no se puede negar la importancia de éstas en las
nuevas formas de organización social. En el caso de la Universidad
Iberoamericana, afirma, el movimiento #YoSoy132 surgió no por la relevancia de
las comunicaciones sino por la respuesta dada por Enrique Peña Nieto a los
estudiantes.
A partir de estas reflexiones es posible inferir la
conformación de un nuevo modelo de comunicación y de relación
gobierno-medios-sociedad. Primero, gracias a la existencia de nuevos medios de
comunicación, en particular ‘las benditas redes sociales’, los medios
tradicionales se han visto obligados a modificar sus formatos y a informar de
manera más verás, so pena de verse evidenciados como productores de verdades a
medias, como malinformadores o desinformadores.
Segundo, las nuevas tecnologías permiten a quien posee un
teléfono celular o una computadora personal con cámara convertirse en un
reportero amateur, produciendo no sólo contenidos alternativos sino
compitiendo con los medios tradicionales que se en muchas ocasiones han llegado
tarde a la noticia.
Tercero, el modelo de negocios seguido durante más de un
siglo por los principales medios de comunicación se modificará a partir del
próximo gobierno, en el que los fondos para pago de publicidad dedicada a
medios se verá reducido en un 50%, como ha afirmado el presidente electo, Andrés
Manuel López Obrador, quien vivió en carne propia lo que ha llamado “cerco
informativo”, así como la publicidad negativa de los medios durante las tres
campañas electorales que finalmente lo han llevado a ganar la Presidencia de la
República.
Cuarto, es de esperarse que la violencia autoritaria del que
podría convertirse en el ‘antiguo régimen’ no tenga cabida en la próxima
administración y que de alguna manera el Estado pueda avanzar y saldar, en
parte y hasta donde sea ‘humanamente posible’, la gran deuda que dejan las
administraciones pasadas, de 1968 a la fecha, en materia de derechos humanos,
desapariciones, asesinatos, etcétera.
El ‘ya basta’ que la ciudadanía expresó en las urnas el
pasado primero de julio, apunta a la modificación urgente de un modus
operandi que agotó su última justificación y que no puede seguir operando
en una sociedad que se pretende democrática.
Dra. Ivonne Acuña Murillo (académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana)
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