#Crónica 2 de octubre: 50 años y un camino que no termina
Es la misma Plaza de Tlatelolco, la que hace 50 años
presenció el mayor acto de injusticia y corrupción de este país y que este
martes 2 de octubre de 2018 tiene en sus alrededores a adultos y jóvenes exigiendo,
básicamente, lo mismo que hace cinco décadas.
Es un camino que no termina porque entre los contingentes
están los últimos miembros del Comité del 68 quienes siguen pidiendo justicia y
castigo a los culpables; porque en estas filas que recorren las calles del Eje
Central y 5 de Mayo para arribar al Zócalo están los padres de los 43
estudiantes de Ayotzinapa que gritan “vivos se los llevaron, vivos los queremos”;
porque paso a paso están mexicanos de Chiapas que piden se les respeten sus
derechos y sus bosques; porque en este andar se encuentran los habitantes
texcocanos que defienden el milenario lago (o lo que queda de él) por un
aeropuerto que no tiene explicación para ellos; en este espacio de también
están los damnificados del sismo que no reciben respuesta y siguen sin un hogar
porque así lo determinan una serie de trámites burocráticos; es aquí, sin duda,
donde están presente muchas dudas y pocas soluciones… como hace 50 años.
Podría ser una marcha, como muchas de las que vive la Ciudad
de México, pero no lo es porque aquí se aglomera, se fortalece ese hilo de
esperanza de que la unidad pueda impulsar y determinar que los designios del
pueblo se respeten. Porque dentro de la incertidumbre, la decisión de cada uno
de los jóvenes que participó en el Movimiento del 68 es un aliciente para
demostrar que este país no se merece vivir de imposiciones.
Es caminar para exigir lo que toda sociedad debe tener:
equidad, justicia, buenos gobiernos y, sobretodo, verdad.
En la mirada de cada uno de los integrantes se refleja que
marchar sirve de algo, que cada consigna o protesta que se lanza al aire en
algún momento tendrá respuesta, se desgasta el pase de lista con el “1,2,3,4…” hasta llegar al 43 porque
existe un convencimiento de que van a regresar y hoy no está permitido olvidar
a ninguno; una y otra vez retumba “2 de octubre no se olvida” por la sencilla
razón de que en el corazón y los ojos de los hoy sobrevivientes se pretende ver más allá y entender que sus
compañeros nunca se fueron; es la mirada que se llena de lágrimas la que se
traduce en gritos, en una voz unísona que envuelven una petición que parece
cada vez más lejana: justicia.
Para los que marchan parece que es solamente en su persona donde
pasaron 50 años y no en el sistema, no en el gobierno y mucho menos en sus
gobernantes. Para los que caminan en esta tarde es la misma opresión que
ejerció Gustavo Díaz Ordaz o Luis Echeverría que la que viven con el actual
gobierno de Enrique Peña Nieto que les ha dado solo una “verdad histórica”.
Tampoco cambia radicalmente la apreciación sobre los medios
de comunicación, que hoy se cuentan por decenas y cuyos representantes
enfundados en un papel de protagonismo rodean al contingente con cámaras fotográficas,
de video, audífonos, celulares y transmisiones en tiempo real, pero que siguen
recibiendo la misma critica: “prensa vendida, no somos uno, no somos cien, cuéntanos
bien”.
Así es la ruta hacía el Zócalo, ese espacio donde, una vez más, se harán los reclamos, las peticiones y de que la esperanza de ser escuchados aparezca. Son los 50 años de un camino que no terminó un 2 de octubre, que se niega a culminar, al que como sociedad se le debe mucho y no queda más que insistir que no se olvida y que mientras no haya justicia no habrá ni perdón, ni olvido.
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